Qué es el “pensamiento catedral”
Por: Margarita Rodríguez, texto publicado originalmente en BBC News Mundo.
Una de las grandes lecciones de 2020 según el filósofo Roman Krznaric
Cuando el filósofo australiano Roman Krznaric habla de América Latina es evidente que lo hace con un gusto tremendo.
Le cuenta a BBC Mundo sobre “la enorme espontaneidad y conexión emocional” que encontró.
Y aunque ha visitado varios países de la región a lo largo de los años, le marcó profundamente convivir con indígenas en Guatemala.
Allí, dice, obtuvo “una visión completamente diferente de la vida”, en gran parte gracias “al increíble vínculo que tienen con la tierra”.
“Y creo que la conexión con el mundo vivo que encuentras en la cultura maya es realmente valiosa en medio de la cultura de consumo hiperurbano de hoy“.
La idea de que “necesitamos reconectarnos con la tierra y con los largos ciclos del tiempo” lo cautivó.
Y es que precisamente en su libro The Good Ancestor (El buen antepasado), Krznaric, quien enseñó sociología y política en la Universidad de Cambridge, denuncia que vivimos en “la era de la tiranía del ahora”, que tiene un “cortoplacismo frenético” en la raíz de las crisis que estamos enfrentando.
Pero cree que contamos con “talentos exclusivamente humanos” para contrarrestarlo. Por eso nos habló del “pensamiento catedral”, de lo que denomina como “rebeldes del tiempo” y de movimientos inspiradores en todo el mundo, como el “diseño futuro” en Japón.
Lo que sigue es un extracto del diálogo que mantuvo con BBC Mundo.
¿Por qué cree que cortoplacismo se ha convertido en una constante en la forma en que vivimos?
Hoy en día cuando la gente habla de cortoplacismo, inmediatamente pensamos en que nuestros teléfonos celulares son el problema. Los revisamos 110 veces al día, estamos inmersos en una distracción digital.
Pero las raíces son mucho más antiguas. En Europa, se remonta al reloj del Medioevo, cuando el tiempo empezó a ser medido y a dividirse en pequeñas fracciones.
En el siglo XIV, los primeros relojes medían cada hora. Hacia el siglo XVIII, ya medían cada minuto y para el XIX, tenían el segundero. Y eso ha hecho que el tiempo se acelere. Ahora tenemos operaciones bursátiles que se hacen en nanosegundos.
Una de las razones por las que el cortoplacismo es un gran problema ahora es porque nos hemos dado cuenta de que en el siglo XXI tenemos muchos desafíos a largo plazo: está el cambio climático y la pérdida de biodiversidad; las nuevas tecnologías como la inteligencia artificial y el bioterrorismo, por ejemplo.
Hay muchos temas que requieren pensar a largo plazo y la pandemia es uno de ellos.
Sabemos que los países que habían creado planes pandémicos a largo plazo han enfrentado el virus más efectivamente que los que no, por ejemplo, Estados Unidos o Brasil.
Esa es una de las razones por las que sabemos que la planificación a largo plazo importa ahora más que nunca.
Para mí ha sido interesante ver lo que se ha comentado a propósito de mi nuevo libro: cuántas personas del ámbito médico o de la salud pública han dicho que no hay suficiente planificación a largo plazo en ese sector, ya sea en el Servicio Nacional de Salud de Reino Unido o en los sistemas sanitarios de otros países.
Creo que la pandemia nos está haciendo ver los problemas a corto plazo, pero necesitamos crear resiliencia en nuestros sistemas de salud para planificar nuestra respuesta a las pandemias que podrán venir.
Y ya empezamos a conseguir que cada vez más gobiernos se den cuenta de lo que necesitan, no solo en respuesta a algo como covid-19, sino en términos de planificación a largo plazo con otros temas, como la crisis climática.
En su libro habla de la importancia del “pensamiento catedral”. ¿En qué consiste y cómo se puede desarrollar?
El pensamiento catedral es la capacidad de concebir y planificar proyectos con un horizonte muy amplio, tal vez décadas o siglos por delante y, por supuesto, se basa en la idea de las catedrales medievales. En Europa, la gente comenzaba a construirlas y sabía que no las verían terminadas en el transcurso de sus vidas.
Se trata de hacer algo con una visión a muy largo plazo. Los seres humanos han sido muy buenos en ese tipo de pensamiento, mucho más de lo que nos imaginamos.
Esa forma de pensar permitió levantar la Gran Muralla China o viajar al espacio, construir Machu Picchu o Brasilia: no sólo era actuar para el aquí y el ahora.
Creo que es una habilidad que podemos desarrollar. Las empresas pueden hacerlo para crear planes de sostenibilidad de 100 años. De hecho, ya muchas lo están haciendo. Los gobiernos también pueden hacerlo.
Te doy un ejemplo muy específico: ¿recuerdas el accidente nuclear en Japón tras el terremoto y tsunami de 2011?
La planta de Fukushima se derrumbó y provocó un desastre, pero hubo otra planta llamada Onagawa que fue golpeada por el tsunami de una manera incluso más fuerte, pero sobrevivió porque el ingeniero que la diseñó la construyó unos 30 metros más alta de lo que realmente se necesitaba.
Él sabía que podría llegar un tsunami, aunque en ese momento quizás no había una posibilidad muy elevada. Ese es un pensamiento a largo plazo, es el tipo de pensamiento que necesitamos.
Algunas ciudades europeas, como Ámsterdam, están planeando no tener automóviles que funcionen con combustibles fósiles en sus calles después de 2030. Quieren una economía 100% circular a partir de 2050.
¿Cuáles son las implicaciones del cortoplacismo no sólo desde una perspectiva personal sino para la democracia como sistema?
Considero que hay un problema terrible con la democracia y es que no les damos derechos o una voz representativa a las generaciones futuras.
Sabemos que nuestros políticos apenas pueden ver más allá de las próximas elecciones o del último titular. Pero también sabemos que nuestras acciones están teniendo consecuencias en todas las generaciones futuras.
Me di cuenta de esto en parte porque en los años 90 me desempeñé como científico político y, aunque aparentemente era un experto en democracia, nunca se me ocurrió que estuviésemos privando de sus derechos a esas generaciones a las que no les dimos un lugar, incluso cuando han sido afectadas por nuestras acciones.
Existen algunos movimientos realmente inspiradores en diferentes partes del mundo que le están tratando de dar un lugar a las generaciones venideras.
En mi libro The Good Ancestor, escribí sobre un movimiento en Japón que se llama “diseño futuro”, el cual se basa en una idea que practican comunidades aborígenes estadounidenses y que consiste en que en el proceso de toma de decisiones se considera el impacto de una decisión en las siguientes siete generaciones.
En Japón, invitan a los habitantes de una localidad determinada para que discutan y diseñen los planes para ese lugar.
Generalmente se dividen en dos grupos: a uno se les dice que son los residentes del presente y a la otra mitad se les dice que son los habitantes que vivirán allí a partir del año 2060.
Uno de los resultados asombrosos es que los residentes que se imaginan a partir del 2060 conciben planes mucho más radicales y trasformadores para sus ciudades, ya sea que se trate de la atención sanitaria, de inversiones o de acciones contra el cambio climático
Se trata de un movimiento de base que se ha extendido por el país. Muchas ciudades progresistas en otras partes del mundo pueden adoptar este mecanismo para revitalizar la democracia, para reinventarla, para darle una voz a las generaciones futuras usando la imaginación.
¿Qué descubrió cuando escribía su libro The Good Ancestor?
Lo que realmente me sorprendió es que comencé a ver que hay un movimiento de lo que llamo rebeldes del tiempo en diferentes partes del mundo. Son personas que se dedican al pensamiento a largo plazo y a la justicia intergeneracional.
No sabía que había tantos proyectos increíbles en todo el mundo. Por ejemplo, en Escocia, la artista Katie Paterson ha diseñado un proyecto de arte llamado Future Library, en el que cada año, por 100 años, un autor famoso dona un libro que permanecerá sin ser leído hasta el año 2114.
Ese año, los 100 libros se imprimirán en papel hecho de 1000 árboles plantados en un bosque a las afueras de Oslo. Es como un regalo para el futuro.
También está la bóveda mundial de semillas en el círculo polar ártico, que busca guardar millones de semillas dentro de un búnker de roca indestructible, diseñado para que dure 1.000 años. El objetivo es preservar la biodiversidad de plantas del planeta.
Y hay otros movimiento como el de los “Viernes por el futuro”. Se trata de pensar a largo plazo, de – en cierto modo- ser un buen antepasado.
Todo eso me da una sensación de esperanza. Aunque sé que nos estamos dirigiendo a tres o cuatro grados de calentamiento global y entre uno y dos metros de ascenso del nivel del mar para 2100, también veo estos increíbles movimientos en desarrollo y otros de tipo legal que buscan darle derechos a las personas del futuro.
Algunas personas ven el futuro como algo muy distante, 100 años es mucho tiempo y lo que pase entonces no nos va a afectar. Usted, de hecho, ha dicho que “tratamos el futuro como un puesto de avanzada colonial lejano”. ¿Qué quiere decir?
Creo que hemos colonizado el futuro. La humanidad, particularmente en los países ricos, trata el futuro como un puesto de avanzada colonial lejano donde podemos lanzar deshechos libremente (y causar) daño ecológico y riesgo tecnológico como si no hubiera nadie allí.
Es un poco como cuando Gran Bretaña colonizó Australia en los siglos XVIII y XIX. Se basaron en una doctrina legal ahora conocida como terra nelius, la tierra de nadie. Se comportaron como si no hubiesen indígenas. Por supuesto que había y así es como tratamos el futuro, como si no hubiera nadie allí.
Pero hay 7.700 millones de personas vivas hoy. Solo en los próximos dos siglos, nacerán decenas de miles de millones de personas. ¿Y cómo nos van a juzgar? Entre ellos estarán nuestros nietos y sus nietos, sus amigos y sus comunidades.
¿Y cómo nos mirarán por lo que hicimos o no hicimos cuando tuvimos la oportunidad?
Claro que creo que en la vida cotidiana ese futuro puede parecer muy lejano. No podemos sentir el aumento del nivel del mar o de la temperatura en 2100, pero podemos usar nuestra imaginación. Eso es extraordinario.
Tú o yo podemos sentarnos e imaginar a nuestros hijos. Por ejemplo, piensa en el cumpleaños 90 de tu hijo. Está rodeado de familiares y amigos y se asoma por la ventana. ¿Qué tipo de mundo hay afuera? Tal vez sea una hermosa utopía o un mundo en llamas.
Es un experimento mental. ¿Qué les diría de mí a sus amigos y familiares, qué diría de su antepasado fallecido hace mucho tiempo, sobre el legado que le dejé?
Y al hacer ese ejercicio, me doy cuenta, y esta es la parte realmente importante, de que no están solos. Veo que son parte de una comunidad, pero también de la red del mundo viviente: del aire que respiran, de la comida que hay disponible, del agua que beben.
Entonces, si me preocupo por su vida, necesito preocuparme por toda la vida.
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